Cómo pasé de guardar en mi armario seis metros cúbicos de ropa de plástico a cuatro metros cúbicos de prendas de fibras naturales de segunda mano. Esta es la historia:
Otoño del 2010, llegaba a vivir a Alemania y mis maletas aparte de estar cargadas de expectativas y buenas intenciones, traían entre 50 y 60 kilos de ropa. Muchos eran los atuendos de los que me sentía orgullosa, al fin y al cabo, me había tomado casi seis años elegir e incorporar el estilo porteño, gentilicio de los propios de Buenos Aires, la ciudad donde hasta hacía poco había vivido. Puedo decir que eran atuendos con los que me sentía representada. Poco me importaba el tipo de fibra de esas prendas, con el corte sí era un poco más exigente. Debían tener buen corte, estar bien cosidas y tener buena caída. Para esta fecha, ya había hecho algunos estudios como asesora de imagen y había aprendido sobre la importancia del calce de las prendas. En cuanto a diseño y marca, lo que vestía debía ser muy parecido a lo que mostraban las revistas europeas. La Vogue España nunca faltaba en mi departamento; no importaba pagar sumas siderales para tenerla. La versión local costaba siete veces menos, eso les dará una idea de mi afición.
Una vez en Alemania, no fue sino desempacar y salir a la calle “tan chic como siempre” para empezar a sentir cómo el frío penetraba en mis huesos. Pero como ocurre al comienzo de muchos procesos, la negación es la primera estrategia que usamos para defender los paradigmas del pasado y ignorar las realidades del presente. Me decía a mí misma: “Es que hoy hubo viento del norte. Mañana será mejor”. Pero la realidad no sería mejor. Corría octubre, el otoño era un hecho, y lo único que certeramente llegaría sería el invierno y con él, los siete centímetros de nieve que ya en noviembre nos vinieron a visitar y nos acompañarían por seis meses. Sí, señor, ese año tuvimos nieve de noviembre a abril. Fue un aterrizaje forzoso y muy poco glamoroso. ¡Imagínense! ¡Ni siquiera tuve tiempo de lucir mis preciosos abrigos 70% poliéster, 30% lana y mis lindas botas de cuero y tacón alto! ¡Me cachis!
Así nomás, llego el día de ir compras al exclusivo centro de Hamburgo y dar comienzo al proceso de mudar no solo de ropa, ¡sino de piel! ¿Primera compra? La chaqueta de invierno, después de una exhaustiva investigación en Internet, me decidí por una genial, de material inteligente que multiplica el calor del cuerpo en segundos, con complemento de plumas y sistema de cierres que garantizan que el calor no se escape y que el frío no entre, impermeable y con buena performance ante el viento! Aún hoy la tengo. Ahí empecé a entender aquello que te dicen los hamburgueses ni bien llegas: “No hay mal clima, hay ropa inadecuada”.
¿Segunda compra? “La primera piel”, así se le llama a ese tipo de pijama que te pones debajo de la ropa. Después de otra investigación en cuanto a marcas y materiales, me decanté por un pantalón y camiseta de lana de merino. Aquí empecé a entender la importancia de las fibras que visten nuestra piel. Me preparaba para mi viaje a otro planeta. Ojo, lean bien, no es broma cuando utilizo las frases “mudar de piel” y “otro planeta”… Ya verán por qué.
Tercera compra prioritaria, urgente e imprescindible, las botas de invierno. Entiéndase que no hablo de botas de alto invierno, hablo de las botas que se deben usar todos los días, las de ir por la calle así tan campante como si se tratara de caminar por la Avenida Santander o La séptima en Bogotá. Pues estas botas deben, en principio, ser de cuero impermeabilizado, con pelo de cordero en el interior y preferiblemente con suela gruesa y grabada. Gruesa por aquello de que entre más distancia haya entre el zapato y el suelo, más protegido estarás del frío, y con agarre, porque con nieve y hielo lo necesitas. Las botas, debo admitir, fueron la cereza del postre, ahí me despojé de mi glamorosa yo y me abrí a descubrir la nueva y funcional estética del norte de Europa.
Las siguientes compras fueron necesarias mas no urgentes: bufandas, camisas, sweaters y pullovers. De estos aprendí que debían ser de fibras naturales como la lana (merino, cachemir, alpaca), la seda, el algodón o una exquisita mezcla entre ellas. Hasta aquí todo fantástico, aprendido y entendido. Vaya sorpresa cuando me empiezo a enterar que cada pieza con estas características tiene un costo bastante considerable y yo, para ese entonces, ya había hecho inversiones importantes en los “básicos” anteriormente mencionados.
¿La solución? De la mano de mi suegra, fui al kilo-shop http://www.drk-hamburg.de/angebote/kilo-shop.html. Este es un lugar donde la Cruz Roja vende por kilo toda la ropa donada y en buen estado. El concepto en principio me pareció genial, el dinero de mi compra contribuiría a una labor humanitaria, eso me pareció muy amable. Al llegar a la tienda me sorprendieron un olor característico y un caos organizado, elementos que hasta entonces, yo no relacionaba con la experiencia de ir de compras. Superado este prejuicio, una vez adentro, ¡me encontré con un lugar increíble! Fue sorprendente ver cuántas toneladas de ropa en buen estado se descartan. No solo encontré lo que necesitaba, también encontré piezas muy especiales que hasta hoy me acompañan como, mi pijama de seda por 3€, mi vestido largo de inspiración Africana 100% algodón por 10€ y mi preciado pullover gris por 8€, es atemporal, clásico y de una calidad deliciosa, seda/angora y lana.
Así empezaba entonces mi camino hacia una sustentable afición, la ropa de segunda mano. Un tipo de negocio que involucra un estilo de vida, una manera de relacionarse con la ropa. Hoy día, el mercado de lo usado retoma fuerza en el mundo, pero en países del norte de Europa ya es parte de su cultura. Muchas familias están acostumbradas a este tipo de prácticas. Vender, comprar y/o donar ropa y toda clase de artículos en tiendas de segunda mano, mercadillos o instituciones sociales. Organizaciones como Oxfam, Cruz Roja o Sahara se benefician de este comportamiento colectivo y personas como yo y muchos otros nos vemos directamente beneficiados al poder adquirir ropa en buen estado y de buena calidad, a buen precio.
¿Se entiende entonces el circuito virtuoso de esta práctica? Es un gana a gana por dónde se lo mire.
Un tiempo después, en el verano de 2014, llego a Barcelona con dos maletas, ya para esa fecha andaba más liviana de ropa y de paradigmas. Ya había mudado de piel, de idioma, de nacionalidad y de profesión. Me reconocía con mucha experiencia en el mercado del usado. Mis prendas ya contaban historias y eran, en su mayoría, 100% fibras naturales de origen animal o vegetal (Lana, piel, plumas, seda, lino o algodón). Las artificiales y sintéticas (poliéster, viscosa, rayón, nylon, poliamida, lycra, modal, lyocell y los blends entre fibras naturales y sintéticas) no tenían entrada. No sabía exactamente por qué, pero cuando llegué a la ciudad Condal, me adentré en nuevos conceptos que complementarían y agregarían valor a todo el circuito.
¿Moda ética y sustentable? ¿Movimiento de consumo Slow fashion?¿El impacto ambiental y social del sector textil? ¿Ríos de colores en India, contaminados por los tintes de las colecciones de moda de la temporada en occidente? ¿Mujeres esclavizadas cosiendo hasta 12 horas en una fábrica con sus bebes? ¿Químicos tóxicos en la producción de textiles que no desaparecen con el lavado de las prendas?, ¡¡¡¡¡OTRO MUNDO!!!!!. El real, el que no muestran las revistas de moda convencionales, el que a través de las redes sociales y desde la plataforma Slow Fashion Next (https://www.slowfashionnext.com),conocí.
Estos nuevos conceptos abrieron mi mundo, afianzaron mi compromiso más íntimo y personal: Abordar mi profesión desde la generación de CONSCIENCIA. Este es para mí, uno de los principios de un armario sustentable.
Soy Greta Aguilar, asesora de imagen, acompañante de compras y facilitadora de charlas y talleres. Ejerzo mi profesión según criterios de sustentabilidad. Promuevo y oriento el consumo lento y consciente de moda. Por eso, si te interesa conocer más sobre cómo vestir tu figura, reconocer tu estilo, encontrar nuevas combinaciones dentro de tu armario y entrenarte en nuevas prácticas de consumo de moda, será un placer acompañarte en ese camino.